De cómo el Golf dejó de ser un deporte burgués

31.07.2015 19:42

De cómo el golf dejó de ser un deporte burgués

 

Phil Mickelson disputando el torneo de Shangai en 2008. | (AP)

Phil Mickelson disputando el torneo de Shangai en 2008. | (AP)

 

Los regímenes que rechazaron el golf, al considerarlo un deporte elitista, ahora lo abrazan debido al creciente turismo que se mueve en torno a él

Hay quien dice que el golf empezó a convertirse en un deporte elitista a causa de la proliferación de los clubes privados. Si bien en su origen (Escocia, siglo XV) todos los estratos sociales abrazaron esta actividad, el primer club de golf, en 1774, empezó a inclinar la balanza hacia las clases más favorecidas, con sus pagos de cuotas, sus entornos retirados y elegantes, sus códigos de vestimenta y sus conversaciones entre iguales.

Con el tiempo, esta imagen se fue consolidando, e incluso se adoptaron decisiones políticas que sirvieron para fomentar el estereotipo del golf como entretenimiento burgués. Por ejemplo, una de las primeras medidas de Fidel Castro al hacerse con el poder en Cuba, hace ya más de medio siglo, fue la de eliminar los campos de golf. Del mismo modo, en cierta ocasión, el ‘Che’ Guevara y el propio Fidel se fotografiaron jugando al golf con el fin de ridiculizar uno de los entretenimientos favoritos del general Eisenhower. Y en China la práctica de este deporte estuvo prohibida hasta 1984, cuando Mao Zedong prohibió la práctica del golf por su condición burguesa.

También hay algunos estudios que sirven para explicar este tipo de asociaciones mentales. Por ejemplo, una tesis de la Universitat Pompeu Fabra demuestra que, en el mundo de los ejecutivos, “los golfistas ganan más que los que no juegan al golf, y las pagas se incrementan con la habilidad en este juego”.

Sin embargo, en un tiempo muy reciente, aquellos sistemas políticos que contemplaban la práctica de este deporte como algo burgués han suavizado sus puntos de vista y lo empiezan a observar como una jugosa fuente de ingresos, a causa del notable flujo de turismo que se ha vertebrado en torno al golf. De hecho, el Diario Granma, órgano oficial del comité central del Partido Comunista en Cuba, publicó un texto a finales del pasado año en el que se denunciaba el bloqueo económico estadounidense utilizando el golf como ariete: “En el mundo existen más de 81 millones de personas afiliadas al golf que, según datos de la Asociación Internacional de Turoperadores y Campos de Golf (IATO), juegan como promedio 6,3 veces al mes. Estados Unidos es el país con más afiliados, 29 millones de jugadores, y con mayor número de campos de golf. Debido al bloqueo, ninguna compañía norteamericana puede invertir en esta esfera en la isla”.

Del mismo modo, el New York Times publicó la semana pasada un artículo en el que se recogía el testimonio de algunos inversores extranjeros sobre la aprobación, por parte del gobierno cubano, de la construcción de cuatro grandes instalaciones con campos de golf en la isla para atraer turistas de alto consumo, repletas de detalles lujosos. Se espera que la construcción de estos centros sea solo el comienzo de una estrategia más amplia y ambiciosa, según reconocen las fuentes del diario estadounidense. “Nos dijeron que esta incursión es la máxima prioridad en inversión”, según reconoce Graham Cooke, arquitecto canadiense especializado en campos de golf que diseñó un proyecto para Cuba.

En un sentido similar, China es otro país donde la construcción de campos de golf se ha disparado en los últimos años -a pesar de las limitaciones legales en el uso del suelo que hay en el país-, como apuntan informes variados: “Cientos, aunque hay quien dice que son miles, de campos de golf tienen prevista su apertura en los próximos años”, se leía en un ensayo fotográfico de Foreign Policy sobre el fenómeno.

Especialmente, este desarrollo se centra en la isla tropical de Hainan, donde ya existen enormes complejos turísticos centrados en la práctica del golf. Aunque en un principio muchos habitantes protestaron a causa de su desalojo para la construcción del complejo, de que muchos temieron por la destrucción de los sistemas tradicionales de vida y que otros tantos creyeron que la variedad natural de la isla podría resultar perjudicada, lo cierto es que el gobierno mantuvo que se trataba de un proyecto capital que podría generar mucha riqueza y desarrollo económico en la zona, generando hasta 10.000 puestos de trabajo. Desde luego, en la página web de uno de sus complejos se observan instalaciones muy lujosas y datos verdaderamente asombrosos: los canales de irrigación de uno de los complejos alcanza la misma distancia que separa las ciudades de Los Ángeles y San Francisco: 650 kilómetros.

A pesar del elevado coste que supone jugar al golf en China, esta expansión también se beneficia de su inclusión en el programa olímpico. Y es que el Comité Olímpico Internacional decidió recuperarlo (ya formó parte del programa en París 1900 y en St. Louis 1904) de cara a los Juegos de Rio de Janeiro, que se disputarán en 2016. La creciente competitividad que mostró China en los pasados Juegos de Pekín, con su encarnizada batalla por copar el medallero y superar a Estados Unidos, también empuja, pues, en la misma dirección.

Existen otros casos particulares. Por ejemplo, este año se ha celebrado el primer torneo amateur de golf en la historia de Corea del Norte, en el que podía participar cualquier aficionado que superara una serie de requisitos, en una muestra de aperturismo que se ha presentado como algo sorprendente. El finlandés Olli Lehtonen se proclamó vencedor de la prueba y en la página web del campeonato ya se anuncia la próxima edición del torneo. Por otro lado, en Venezuela, Hugo Chávez ha realizado alguna declaración pública recientemente denostando el golf como un deporte burgués, por lo que parece que este deporte tiene mucho más difícil abrirse camino en el país latinoamericano.

En cualquier caso, la situación que se ha descrito tanto en Cuba como en China nos enseña cómo los sistemas políticos más férreos han variado recientemente su concepción sobre el golf, en un ejercicio de lo más llamativo de algo que podría bautizarse como ‘realpolitik’ deportiva